14-02-2011

En la entrada de la nueva edición de los poemas de Thomas Bernhard, su texto sobre Arthur Rimbaud nos recuerda aquellas situaciones en las que el mundo se detiene ante uno para que nos demos cuenta de que ya es suficiente, de que por ahí no es posible seguir. Leemos fragmentos de la vida de Rimbaud por Bernhard, por Verlaine y por el colombiano Orlando Mejía Rivera de su «El enfermo de Abisinia», donde se nos habla de su última y dura temporada en el infierno. (En el mundo de lo doble recordamos a otro colombiano, Ricardo Cano Gaviria, con su «El hombre que rezó a Baudelaire».) Y así recordamos también a Paul Nizan, también atrapado en «Adén, Arabia». Y a Hugo von Hoffmansthal con su Carta a lord Chandos, en la que se desespera por haber perdido la conexión con sus propias frases y sentidos. Y al personaje de Peter Handke del «Miedo del portero al penalty» que, aturdido y loco, empieza a perder incluso la forma de las palabras que sólo puede ya reflejar en dibujos esquemáticos. Y, sobre todo, nos viene a la mente otro ser que como Cósimo de Rondó, el Barón Rampante, se sube a un árbol para protestar y gritar contra lo absurdo de la existencia: es Pierre-Anthon, el protagonista de «Nada», la polémica obra supuestamente juvenil del la danesa Janne Teller, vituperada primero por escandalosa y aprobada luego por las mentes bien pensantes tras asegurarse de que esas letras violentas no les mordieran en los escrúpulos. Tras esto y algunos planeos sobre las momias, los poemas, las hazañas del mulá Nasrudín, pensamos en faros, ángeles y serpientes, y en todas esas cosas que viajan a través de nuestros sueños despiertos y viven en el adentro.

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