26-03-2012
En los extremos del programa, los primeros poemas que os pasamos del gallego Lois Pereiro, de quien hablaremos más la semana que viene. Y enmedio, la segunda plancha sonora del díptico que dedicamos a las obras y autores procedentes de Ucrania. Un par de poetas de la antología de poesía ucraniana del XX, presentada por el poeta y músico Iury Lech (Evguen Pluzhnek y Natalia Livetska-Jolodna). Un par de obras contrapuestas: la de un ruso que vive en Ucrania (Kiev) y la de un ucraniano que lo hace en Rusia. El primero es Andrei Kurkov con su «Querido amigo, compañero del difunto», novela que nos lleva a pensar en un más que posible origen inspirado en la película de Kaurismaki «Yo contraté un asesino a sueldo»; el segundo es un viejo conocido: Edward Limónov, del que leemos la Post-data de su trepidante «Historia de un granuja». Pasamos a otro subdíptico en nuestra neblina del Este: confrontamos dos obras que tienen como eje temático la vida de los judíos originarios de Ucrania y su devenir en los asuntos del comercio y las finanzas. La primera es «Menajem Mendel», del así llamado «Mark Twain judío» Sholem Aleijem, autor también de la trama que dio lugar a «El violinista en el tejado»: son las cartas intercambiadas por Mendel, un tan emprendedor como candoroso judío que trata de hacer múltiples negocios que van encaminándose todos al fracaso (especulador de bolsa, comisionista, agente de seguros, casamentero, escritor…) y su mujer, pletórica de sabiduría popular y extremada paciencia. El segundo es un terrible libro de la kievita Irène Némirovsky, su primera creación: «David Golder». En ella un financiero judío se reconcome en los infiernos plutocráticos creados por sí mismo en una gran falta de sentido. Casi sin quererlo, el bielorruso Marc Chagall también quiere hacer un comentario, ya que vivió en las mismas comunidades judías del Este de Europa. De aquí llegamos al evento más trágico que, tras la guerra mundial y la hambruna del Holodomor ha vivido Ucrania: la catástrofe de Chernobyl. Asombrados por la falta de documentación escrita sobre el asunto, sospechando de connivencia de los medios y editoriales con la gran industria nuclear, acudimos a dos de las pocas y brillantes muestras existentes de acercamiento al asunto: el libro de crónicas de «cicatrices» europeas de Álvaro Colomer, con sus «Guardianes de la memoria» y la incursión minuciosa y entregada de Santiago Camacho al corazón mismo de la Zona de Exclusión. Como dije al principio, nos marchamos con Lois Pereiro, quien promete, a los veinte años de su muerte, regresar del otro lado con toda la fuerza de sus poemas de amor y enfermedad.
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