20-02-2012

En estos días en que empezamos a escuchar el crujido brutal de nuestra realidad social que se desmorona, derivamos nuestro paseo por las costuras humanas desde el hospital hasta el mundo del trabajo (aunque suela ser al revés). Liberamos a Max Blecher de su condena de Tántalo en su lecho del dolor y enlazamos los dos mundos con un viejo relato que escribimos hace 20 años sobre nuestras experiencias laborales en un ambulatorio de urgencias. Y nos ponemos manos a la obra. A trabajar. Tripalium. Ponemos en marcha nuestra cadena de montaje con los exabruptos de Edward Limonov contra los USA capitalistas y la URSS comunista (ambos le asqueaban); iniciamos un brillante acercamiento a las miserias y esplendores del trabajo con la gran obra de Alain de Botton (¿cuándo empezó a valorarse más lo productivo que lo creativo? y el crepúsculo de un día en la oficina); no olvidamos la vergüenza, nunca tan bien traída como a cuenta del concepto hipócrita del trabajo vomitado por el poder; Sebastià Roura nos sigue recordando desde ultratumba los ámbitos vivenciales del trabajo; Bertolt Brecht se pregunta por la muchedumbre laboriosa y que medra en el silencio de la Historia (los desposeídos de LeGuin y de El ataque de la Basura Radioactiva); Bukowski y uno de sus grotescos trabajos; un poema libertario-carnavalesco de Mateo Rello… y dejamos el resto para la semana que viene no sin anunciar nuestro próximo acercamiento a las figuras de Charles Fort y Raymond Roussel. Eso sí, nuestros últimos minutos los gastamos en aprender extrañas palabras amorosas en vez de sufrirlos resignadamente en el potro del trabajo.

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