14-03-2011

De un modo algo torpe y calamitoso, nos vamos preparando para el apocalipsis. Pedimos que nos disculpéis ya que en esta ocasión se nos presentaron unas inesperadas complicaciones técnicas a las que nos fue muy complcado hacer frente a lo largo y ancho del programa. Pero de un modo u otro, abrimos la puerta de la mano de Álvaro de Campos, el amiguito mágico y heterónimo de Fernando Pessoa, quien nos acompañará en toda la edición con varios de sus poemas, los más apropiados a cada jalón del programa. Aún aturdidos por las convulsiones de la tierra en Japón y el subsiguiente tsunami con su brutal avanzada en la tierra, leemos primero un fragmento de «El agua y los sueños», de Gaston Bachelard, dedicado a «El agua violenta» y, en este caso, a una obra de Balzac, un niño maldito entre olas y mares malditos. Nos preguntamos inquietos si las islas niponas siguen con vida tras la hecatombe, y le trasladamos la cuestión a Gog con su libro negro en la letra de Giovanni Papini: «La muerte de la isla». Otros elementos marinos envueltos en decadencia y agotamiento fueron tanto la Atlántida como las Sirenas, presas también de variadas violencias: lo comprobamos en palabras de J. Rodolfo Wilcock, de su «El estereoscopio de los solitarios». Todo esto nos lleva a terribles y violentas playas, como las de Libia, abandonada por las hipócritas «democracias» occidentales, que ahora ven desde una distancia segura y adecuada cómo su tirano favorito mata a su pueblo rebelde con las mismas armas que ellos asquerosamente le vendieron desde hace años y años, aún sabedoras de su perfecta y orbicular criminalidad. Hashim Matar nos habla de cuando se quemaba los pies en esas playas de Tripoli y Misrata, Zauia… recordando historias de un viejo jeque sobre los puentes del infierno. Envueltos en esa arena, volvemos a Japón y «La mujer de la arena», de Kôbô Abe, con su angustia arenosa. Nos marchamos con un fragmento estremecedor del relato que más nos viene a la cabeza cuando nos enteramos del advenimiento de una orgía de muerte y asfixia con la sorda y al tiempo estruendosa violencia de las aguas: «La casa de Mapuhi», de Jack London. Revivimos el tsunami a través de nuestros libros. Nuestro corazón está con los puntos de dolor del mundo, pues como decía Oscar Wilde, «donde hay dolor es lugar sagrado».

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